-Y, claro está, usted no ha sabido nunca leer en una mirada.
La miraba tan cerca de él, fresca, dorada, pestañas rizadas que daban sombra a sus ojos amarillos. A esos ojos en los que ahora leía como en un libro abierto.
-El libro no tiene por qué estar escrito en un idioma que uno entiende.
(...)
Siempre pudo usted resistirse a sus deseos -dijo-. Y sigue pudiendo. Por eso usted morirá decepcionado.
La hierba roja. Boris Vian.
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