El caballo tenía rota la espina dorsal y era preciso matarlo. Incapaz de pronunciar una sola palabra, Vronski no pudo responder a ninguna de las preguntas que le hicieron, y abandonó el campo de las carreras sin recoger la gorra que se le había caído, y andando a la causalidad sin saber adónde iba. Por primera vez en su vida era víctima de una desgracia que ya no tenía remedio, y de la cual se reconocía el único culpable.
Anna Karenina. León Tolstoi.
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